Existía en un mundo indiferente, en un espejo, en su anverso de cristal. Esperaba paciente a que me vieras, y sí, sé que ahí estabas después de todo, frente a mí.
No creí llegar a conocerte, no creí que te pudiera llegar a conocer como te conozco ahora. Eres grande, aun siendo bastante pequeña, a tamaño real te describiría yo; eres valiente de enfrentarte a las personas, carismática a la hora de tratar con las masas, dispuesta siempre que se necesita de tí. Todo cuanto sé de ello me abruma ahora, pienso que debí haberte conocido antes, quizás en mis sueños, a veces trato de no creer que fue en mis pesadillas, y me escondo de la vergüenza de sentirte como si estuvieras aquí a mi lado.
Lo que sienta o no qué importa ahora, aún me queda mucho por aprender de tí, de nosotros, o tal vez de lo que no llegamos a ser nunca, aquello que siempre está a medias, como deseando culminar, quizás en nuestro olvido, tal vez en el eterno recuerdo, o puede incluso que en nuestro día a día.
Tras escribir esto me siento más animado, no sé por qué, ¿Realmente te puedo querer tanto? ¿Realmente puedo decir que no estoy de nuevo soñando?
Solo sé, que no lo sé con exactitud.
Consigo mantenerme a flote y sin rumbo, pues igualmente me encuentro más estable así, vagando sin sentido, a perderme de nuevo en tí. Encontrarme debería ser tu tarea, me pierdes tu, ¿No pensarías a caso que también me tocaría encontrarme a mí?
No intentas descentrarme, no intentas manipularme cual maniquí, pero y qué, de vuelta sigo siendo tu muñeco, no menos que un Pinocho, no más que un Cascanueces. Y aquí estoy ahora, sentado esperando yo por tí, es seguro que no vengas, siquiera te he llamado, pero y qué, sigo siendo un exclavo, a medias siempre, de tí.
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